Me fascinan las estaciones de tren. Albergan tantas y tantas historias
desconocidas y anónimas. Una ida y vuelta constante en los andenes. Unas almas
que entran y salen de los trenes. Miradas que se pierden en los vagones. El
chirriar de las ruedas sobre los raíles. Viajes que empiezan y otros que llegan
a su fin. Un paisaje de hierro siempre óxido. Unos colores desteñidos por el
tiempo, y la dejadez. Algún vagón adornado con grafittis llenos de vida (como
los que tiempo atrás yo hacía). Una voz en megafonía que rompe el silencio que
no existe. Focos que iluminan una gran sala de espera. Luminosos publicitarios
que engañan piadosamente. Maletas que contienen vidas enteras. Esperas a cámara
lenta en la estación. Algún rostro se ilumina con llegada de alguien. Otro
vierte lágrimas sobre el andén por una partida no deseada (supongo). Ya casi no
quedan ventanillas donde comprar billetes; ahora son esas máquinas inanimadas
las que se ocupan de eso.
[Puedo pasar horas y horas aquí sentado observando lo que acontece a mi
alrededor]
Esta estación es relativamente pequeña. La encrucijada de vías no llega a
cubrir lo que la vista abarca. Pero tiene su encanto, como todas.
Aún recuerdo cuando jugaba en la vieja locomotora. Ahora está llena de
pintadas de poco gusto. Yo hacía volar aquel tren sobre las vías.
¿Recuerdas aquél día que subimos al primer tren que partía a cualquier
lugar? Yo aún si.
Mi tren está a punto de salir. Hora de guardar la libreta, buscar asiento
en ventanilla, relajarse con el traqueteo del vagón y deleitarme con el paisaje
borroso que pasará frente a mí.
© 2012 TOni CerVera
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