…Quitóse el yelmo y lo dejó con sumo cuidado sobre la mesa. Acercóse a la
parte más alejada de la puerta y allá tomó asiento en la vieja silla al costado
del ventanal. Aún en estado catatónico intentaba pensar en lo que había
sucedido. Logró apaciguar su respiración y poco a poco su corazón volvió a
latir a un ritmo normal. Miróse entonces al pecho para comprobar el estado de
su preciado cofre. De sus órbitas querían escapar sus ojos al descubrir que
estaba hecho añicos. De nuevo el corazón aceleró frenéticamente y de nuevo la
respiración se volvió jadeante. Un temor le recorrió cuerpo entero al pensar
que su corazón se hallaba al descubierto. Calmóse poco a poco, y no sin
esfuerzo, para intentar analizar tal hecho. Batallas con dragones, villanos
y demonios había vivido hasta el día de hoy, y nunca su cofre hasta ese momento
había sufrido daño alguno salvo el deterioro por el paso del tiempo que había
solventado con la argamasa. Y ese día sucedió lo impensable: el cofre protector
de su corazón había desaparecido.
Respiró hondo y perdió su mirada en los montes que
divisaba desde su ventana. Luna Llena del mes de la Balanza, una silueta
desconocida y una mirada abrumadora… repetía una y otra vez para sí mismo.
Pasaron unas horas sin percatarse que la noche caía ya.
Dióse cuenta del tiempo transcurrido cuando el fuego de las lejanas antorchas
tomaron el protagonismo del paisaje. Levantóse entonces de la silla de un
brinco, y cuál fue su asombro que parte de la armadura cayó al suelo. Absorto
por la visión de cómo las perneras y botas yacían desmontadas a sus pies, con
sus correas de sujeción hechas añicos. De nuevo, atónito por lo que sus ojos
veían repartido por el suelo. - ¿Cómo es posible? Se preguntaba. – Pues el
mejor cuero de este reino ha sujetado
firmemente esta armadura en tantas batallas… Y ahí estaban todas esas piezas
esparcidas a su alrededor.
Asintió que alguna cosa debiera hacer, pues quería
respuesta alguna a cuanto había sucedido. Apresuróse a calzarse unas viejas
alpargatas de esparto que tenía para andar por casa en sus recogimientos. Con
sólo media armadura puesta apresuróse hacia la puerta y sin pensarlo montó a su
corcel y dirigióse hacia la taberna.
Una vez allí, y después de dos jarras de vino, preguntó a
todo el que aún estaba lo suficientemente sobrio sobre la doncella que había
visto aquella mañana.
-
Es una doncella de una
lejana aldea que muy de vez en cuando trae flores medicinales para cambiar por
harina y aceite.
-
Es señora de sus
tierras y nadie conoce amado para ella.
-
Dicen que es bella
como las Hadas y que con sus ojos encanta a quien la mira.
-
Nadie conoce su
nombre, pero todos saben de sus encantos.
Una vez interrogado a todos los presentes
tomó la salida, montó su corcel y apresuróse a volver a su morada. Sin quitarse
la armadura que aún le resguardaba el pecho y brazos, estiróse en el montón de
paja que le servía para dormir.
Con mirada clavada en el techo,
intentó descansar. Pero unas ansias de respuesta a todas las preguntas que
tenía le evitaron conciliar el sueño. Decidió pues que al alba tomaría llenaría
sus alforjas con algunas provisiones y partiría hacia la lejana aldea al
encuentro de aquella doncella.
Poco a poco la luz del sol, que
empezaba a despuntar en el horizonte, invadió la habitación. Los machos de
corral empezaron a cantar y a despertar al resto de animales. Sin dormir pero
con la mente despejada levantóse de un salto y empezó con los preparativos. Una
vez las alforjas llenas con lo necesario para viajar tres días y tres noches
salió de la casa, ensilló su corcel, y quedó mirando el horizonte en la
dirección que iba a tomar. Estaba dispuesto a encontrar a aquella doncella y
poder así mirarla de nuevo a los ojos.
Y partió en su busca. Con media
armadura y sin cofre que guarde su corazón.
…
No hay comentarios:
Publicar un comentario