jueves, 14 de junio de 2012

Aventuras y Desventuras de un Caballero Cualquiera II - 14/06/12


…Quitóse el yelmo y lo dejó con sumo cuidado sobre la mesa. Acercóse a la parte más alejada de la puerta y allá tomó asiento en la vieja silla al costado del ventanal. Aún en estado  catatónico intentaba pensar en lo que había sucedido. Logró apaciguar su respiración y poco a poco su corazón volvió a latir a un ritmo normal. Miróse entonces al pecho para comprobar el estado de su preciado cofre. De sus órbitas querían escapar sus ojos al descubrir que estaba hecho añicos. De nuevo el corazón aceleró frenéticamente y de nuevo la respiración se volvió jadeante. Un temor le recorrió cuerpo entero al pensar que su corazón se hallaba al descubierto. Calmóse poco a poco, y no sin esfuerzo, para intentar analizar tal hecho. Batallas con dragones, villanos y demonios había vivido hasta el día de hoy, y nunca su cofre hasta ese momento había sufrido daño alguno salvo el deterioro por el paso del tiempo que había solventado con la argamasa. Y ese día sucedió lo impensable: el cofre protector de su corazón había desaparecido.
Respiró hondo y perdió su mirada en los montes que divisaba desde su ventana. Luna Llena del mes de la Balanza, una silueta desconocida y una mirada abrumadora… repetía una y otra vez para sí mismo.
Pasaron unas horas sin percatarse que la noche caía ya. Dióse cuenta del tiempo transcurrido cuando el fuego de las lejanas antorchas tomaron el protagonismo del paisaje. Levantóse entonces de la silla de un brinco, y cuál fue su asombro que parte de la armadura cayó al suelo. Absorto por la visión de cómo las perneras y botas yacían desmontadas a sus pies, con sus correas de sujeción hechas añicos. De nuevo, atónito por lo que sus ojos veían repartido por el suelo. - ¿Cómo es posible? Se preguntaba. – Pues el mejor cuero de este reino  ha sujetado firmemente esta armadura en tantas batallas… Y ahí estaban todas esas piezas esparcidas a su alrededor.
Asintió que alguna cosa debiera hacer, pues quería respuesta alguna a cuanto había sucedido. Apresuróse a calzarse unas viejas alpargatas de esparto que tenía para andar por casa en sus recogimientos. Con sólo media armadura puesta apresuróse hacia la puerta y sin pensarlo montó a su corcel y dirigióse hacia la taberna.
Una vez allí, y después de dos jarras de vino, preguntó a todo el que aún estaba lo suficientemente sobrio sobre la doncella que había visto aquella mañana.
-          Es una doncella de una lejana aldea que muy de vez en cuando trae flores medicinales para cambiar por harina y aceite.
-          Es señora de sus tierras y nadie conoce amado para ella.
-          Dicen que es bella como las Hadas y que con sus ojos encanta a quien la mira.
-          Nadie conoce su nombre, pero todos saben de sus encantos.
Una vez interrogado a todos los presentes tomó la salida, montó su corcel y apresuróse a volver a su morada. Sin quitarse la armadura que aún le resguardaba el pecho y brazos, estiróse en el montón de paja que le servía para dormir.
Con mirada clavada en el techo, intentó descansar. Pero unas ansias de respuesta a todas las preguntas que tenía le evitaron conciliar el sueño. Decidió pues que al alba tomaría llenaría sus alforjas con algunas provisiones y partiría hacia la lejana aldea al encuentro de aquella doncella.

Poco a poco la luz del sol, que empezaba a despuntar en el horizonte, invadió la habitación. Los machos de corral empezaron a cantar y a despertar al resto de animales. Sin dormir pero con la mente despejada levantóse de un salto y empezó con los preparativos. Una vez las alforjas llenas con lo necesario para viajar tres días y tres noches salió de la casa, ensilló su corcel, y quedó mirando el horizonte en la dirección que iba a tomar. Estaba dispuesto a encontrar a aquella doncella y poder así  mirarla de nuevo a los ojos.

Y partió en su busca. Con media armadura y sin cofre que guarde su corazón.

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