miércoles, 20 de abril de 2016

En el metro. 26/05/2014.


Pocas veces sube uno al metro y encuentra a alguien escribiendo. A escribir en papel me refiero. Es algo raro de ver hoy en día. Pelo de color naranja, o mejor dicho, de un rojizo caoba en sus puntas degradando hasta llegar a un anaranjado chillón cerca de sus raíces. Ojos rasgados color cielo transparente. Piel clara casi nieve sin maquillaje. Rasgos perfilados como escuadra y cartabón. Libreta cuadriculada y bolígrafo bic negro. No observa a su alrededor, sólo escribe.

Yo sí observo mi alrededor a la par que escribo. Sólo caras pegadas a los móviles.

La “conectividad” de esos dispositivos, sin los que la gran mayoría no sabemos vivir, nos aísla cuál náufrago en medio del océano. Una diminuta pantalla, también conocida como la ventana que nos muestra y conecta al mundo, que resulta ser no más que una herramienta de autoaislamiento. A mí me recuerda a las anteojeras que se ponen a los equinos. Tampoco nos dejan ver lo que hay a nuestro alrededor.

Son viajes cortos. El metro no da para más. Pero lo suficientemente largos como para escribir unas cuantas líneas que después puedan ser algo más. Un apunte de ideas, un esbozo de reflexiones, un resumen de pensamientos. Siempre da, ese breve tiempo, para algo más. Pero supongo que es mucho más fácil no pensar, y dejar que esa, muy nuestra, pantalla piense por nosotros.

Esta tarde me invadía la pereza. Ahora me invade una cierta alegría por las sinergias en las que me he encontrado inmerso. Ya es seguro: absolutamente todo me marca una única dirección. Pisadas firmes y llenas de energía que me hacen recorrer, de nuevo, un camino que hace tiempo abandoné.

© TOni CerVera, 2016





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