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A paso tranquilo se acercaba a su destino. Tras
cruzar un pequeño puente de madera, media legua le separaba sólo de la aldea. Percatóse
de lo bien cuidado que estaba el resto del camino hasta las primeras
construcciones. Extrañóse de los ornamentos florales que colgaban de los
árboles que lo delimitaban, pues sólo había visto tal exquisito gusto en los
palacetes de algunos señores y en eventos de gran importancia. Y se extrañó,
pues se encontraba en una pequeña aldea de campesinos, pobre, y apartada de
cualquier lugar; hasta de la protección de su señor. Cerró los ojos y se empapó
del olor que embriagaba el lugar mientras sentía únicamente el sonido de los
cascos de su corcel. Y su mente se transportó muy lejos del terrenal mundo.
Era negro azabache. Fuerte, musculoso y ágil. Algo inquieto. De ojos
oscuros sin llegar a negro. Crin y cola claras. Ensillado con madera de sándalo
y cueros negros. Era el caballo que le ha acompañado en todas sus gestas. No
recuerda cómo llegó a él. Ni nunca le puso un nombre. No le hacía falta
llamarlo porque siempre estaba junto a él. Y si no estaba aparecía en el justo
momento que lo necesitaba como si su fiel acompañante pudiera escuchar sus
pensamientos.
Detuvo el paso justo en la entrada. Abrió los ojos
el caballero y contempló a su alrededor. Era una pequeña aldea, con pocas
construcciones, pero muy cuidadas. Madera y piedra formaban harmónicamente cada
fachada. Y todas ellas, ornamentadas de tiestos llenos de flores y vida. El
color que veía a su alrededor era asombroso. Muchos nobles gustarían de tener
tan exquisito gusto. Acogimiento y paz desprendía el lugar.
Desmontó y acercó el corcel a un pequeño prado de
altas hierbas que envolvía la parte derecha de la aldea. Dirigióse el caballero
entonces hacia lo que él pensó que podría ser la zona más transitada de la
aldea. Una pequeña plaza con una parte adoquinada presidida por una pequeña
ermita. Había un silencio absoluto. Sólo se podía sentir el brumullo de algún
corral de las partes traseras de las casas. Los habitantes aún dormían o
estaban volviendo del mundo de los sueños. Sentóse en una fuente que había en
el lugar más céntrico de la pequeña plaza y esperó.
Postigones primero y portones después empezaron a
abrirse poco a poco. Algún campesino pasó por el lugar y observó extrañado la
estampa del caballero. Ninguno paró ni se acercó. Sintióse el caballero
invisible en aquel lugar hasta que se le acercó un pequeño de no más de metro
de altura.
- ¿Es vos un caballero bueno? - Le preguntó
mirándole fijamente.
- Soy un Caballero justo - , respondió.
- Acompáñeme pues, si es de su agrado, que mi padre
quiere ofrecerle algo de comer.
El pequeño vestido con trapos muy bien dispuestos y
limpios echó a andar. Alzóse el caballero y lo siguió hasta la casa que había
en la parte más alejada de la plaza. Esa casa era diferente al resto, pues sólo
era de madera. No había piedra en su construcción ni postigones en las
ventanas. La madera parecía ya muy vieja, pero las flores que la engalanaban
disimulaban su estado.
- Entre y tome asiento mi señor. - Dijo el pequeño.
- No soy señor de nadie, sólo de mí. - Replicó el
caballero.
- Esas palabras son dignas de un sabio. - Se escuchó
al fondo de la habitación.
Un hombre muy arrugado por el sol y la edad se
acercó con agua, pan duro y tocino. Tomó asiento al costado del caballero y le
ofreció de comer. Entablaron una conversación que duraría un buen rato.
Mientras el pequeño estaba sentado en el suelo jugando con unos trozos de
madera que parecían ser caballeros en medio de una gran batalla. El viejo
hombre, había sido hombre de letras en alguna corte hacía mucho tiempo ya. Y
explicó al caballero que escapó de aquella soberbia vida para refugiarse en la
tranquilidad de aquel lugar. El caballero le explicó también el propósito de su
viaje hasta aquel lugar.
- Vive a las afueras. – Dijo el campesino- Tiene
tierras que cosechamos algunos de la aldea. Aunque ella dedica su tiempo a la
observación de la fauna y plantas del lugar y es su tío quien gestiona sus
propiedades. Es la encargada de llenar de flores y vida este paraje... porque
es una fuente de alegría, vitalidad y vida. – Explicaba el buen hombre mientras
se le iluminaba la cara.
Agradeció el buen trato recibido, y dejó unas
monedas de plata en la mesa. Salió de la casa en busca de su corcel para partir
siguiendo las indicaciones del campesino.
Su paso era ligero ahora, pues quería llegar cuánto
antes donde había dejado a su caballo y partir sin más demora. Estaba
impaciente.
Montó a su fiel amigo, y esta vez a paso ligero tomó
el camino que rodeaba la aldea en dirección a la colina que podía divisar desde
aquel mismo lugar. No más de un par de horas tardó en llegar, aunque para el
caballero el tiempo se hizo más largo que de costumbre. Sentía el eco de su
corazón dentro de la armadura de su pecho, y más fuerte aún a medida que se iba
acercando a la casa.
Más bien era una construcción cubierta de
enredaderas y flores. Era aquel lugar, sin duda.
Llegó a la puerta y desmontó. Esta vez ató a su
caballo a una especie de verja de madera que separaba la entrada de la casa con
una parte que parecía un pequeño jardín, pero ordenado como si fuera un
cultivo. Y se dirigió hacia la puerta.
Golpeó el portón con suavidad pero con la suficiente
fuerza como para ser escuchado. Ahora el corazón se le quería escapar del
pecho. Sintió que un calor le invadía la cara y un nudo en el estómago le
apretaba cada vez con mayor fuerza. El portón se empezó a abrir lentamente...
Y allí estaba ella... con vestido largo blanco
bordado en violeta, ojos de color cielo, blanca piel y larga cabellera alborotada.
Y mirándole a los ojos le preguntó: - ¿Qué deseáis
buen caballero?
El caballero sintióse paralizado como una estatua en
ese momento. Eran esos ojos que guardaban un mundo infinito y desprendían magia
por doquier que le habían dejado prendado desde aquel día. Y verlos tan de
cerca lo había dejado sin respiración, atónito y en estado de absoluta idiotez.
Era bastante más joven que él. Y allí estaba el valiente caballero intentando
encadenar unas cuantas palabras delante de la doncella con la que cruzó su
mirada. La más difícil de las batallas vividas hasta entonces.
- Soy el Caballero que vive en la aldea dónde
vendéis plantas medicinales. Quiero conoceros. – Dijo casi titubeando.
Y en ese justo instante recordó unas palabras que le
dijo un sabio musulmán en uno de sus viajes: “Siempre existe en el mundo una persona que espera a otra, ya sea en
medio del desierto o en medio de una gran ciudad. Y cuando estas personas se
cruzan y sus ojos se encuentran, todo el pasado y todo el futuro pierde su
importancia por completo, y sólo existe aquel momento y aquella certeza
increíble de que todas las cosas bajo el Sol fueron escritas por la misma Mano.
La Mano que
despierta el Amor, y que hizo un alma gemela para cada persona que trabaja,
descansa y busca tesoros bajo el Sol. Porque sin esto no habría ningún sentido
para los sueños de la raza humana.” * De El Alquimista, P.Cohelo.
Y así se sintió él en ese momento.
…